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Por: Winnie Rodríguez 

Como mujer, madre y ciudadana, me preocupa que la corrupción se persiga en los periódicos y no en los tribunales.

A veces me pregunto si el Pepca recuerda para qué existe. Y lo digo con toda claridad: la Procuraduría Especializada de Persecución de la Corrupción Administrativa no es un medio de comunicación, es un órgano judicial. Sin embargo, parece que en más de una ocasión se ha sentado a esperar que sean los periodistas quienes destapen lo que debería ser objeto de investigación penal.

El periodismo de investigación cumple un rol vital en una democracia. Gracias a sus reportajes, la sociedad se entera de verdades incómodas, de irregularidades que el poder pretende ocultar y de abusos que no deberían repetirse. Ese periodismo nos abre los ojos y nos recuerda que no estamos indefensos frente a quienes creen que pueden hacer lo que quieran con el Estado.

Pero el periodismo tiene límites. Los periodistas no pueden allanar oficinas ni domicilios, no pueden incautar bienes, no pueden interrogar bajo juramento ni, mucho menos, someter a alguien ante un tribunal. Los periodistas visibilizan; el Ministerio Público judicializa. Son dos roles distintos y necesarios, pero nunca intercambiables.

Como madre, me duele pensar que mientras se juega a la política con la corrupción, el país que le estamos dejando a nuestros hijos es uno donde la impunidad se normaliza. ¿Qué mensaje reciben ellos cuando ven que los casos salen en los periódicos, pero nunca llegan a los tribunales? ¿Qué futuro podemos esperar si la justicia parece opcional?

Como mujer y como ciudadana, me preocupa que el Pepca, en lugar de liderar la lucha contra la corrupción, actúe como espectador de lo que publican los medios. Porque cuando una institución con tanto poder legal depende de titulares de prensa para actuar, lo que hay no es falta de pruebas, sino falta de voluntad.

Y ahí está el verdadero problema: sin voluntad, ninguna ley sirve. Podemos tener códigos, tribunales y fiscales, pero si no hay decisión de actuar, todo se queda en papel. Y mientras tanto, los corruptos se sienten protegidos, y los ciudadanos, indefensos.

No confundamos los roles:

• Los periodistas destapan y visibilizan.

• El Pepca investiga, judicializa y persigue penalmente.

Cuando esa diferencia se borra, lo que se debilita no es la prensa ni la justicia: lo que se debilita es la confianza de la sociedad en el Estado.

Yo no me resigno a heredarle a mis hijos un país donde la corrupción se denuncia en los periódicos, pero nunca se condena en los tribunales. La prensa es indispensable, pero la justicia es irrenunciable. Y mientras el Pepca no entienda eso, la pregunta seguirá siendo la misma: ¿qué futuro nos queda?

En República Dominicana las víctimas de la criminalidad y la delincuencia se convierten a la vez en víctimas de un sistema de justicia inoperante, insensible, indignante, y en muchos casos, cómplice. Los criminales, por el contrario, reciben las ventajas y privilegios de un sistema cobarde, de frágil institucionalidad y con escasa vocación de servicio. Esto nadie me lo ha contado, lo he vivido.
La muerte de mi hermano Claudio Francisco, el 12 de marzo de 2012, fue una tragedia, y el inicio de otra larga tragedia: la de ver como los asesinos se nos ríen en la cara, recibiendo privilegios de las autoridades mientras nuestra familia recibe maltratos. Parecería que pedir justicia y esforzarse por tenerla fuera el real crimen.

La ineptitud, complicidad en muchos casos, de los órganos de investigación y acusación han hecho de ese proceso una verdadera tortura.

Hemos luchado contra la impotencia y la indignación para no dejarnos vencer ni de los criminales, ni del sistema que los fomenta.

El Ministerio Público, salvo honrosas excepciones, ha mostrado su realidad. Lo más reciente ha sido el maltrato recibido en la Procuraduría General de la República, donde llevamos semanas solicitando una cita con el Procurador General, a quien hemos tenido que acudir dada la incapacidad de la Procuraduría de la Corte de Apelación del Distrito Nacional.

Cuatro visitas y múltiples llamadas para solo ver al recepcionista, que busca la forma de excusar el irrespeto y el abuso de sus superiores.

Este martes duré dos horas esperando para irme sin recibir ninguna información del estatus de nuestra solicitud. Al final me costó decirle al recepcionista: ve y diles qué si van a recibirme, sino que se vayan al carajo, que hay personas que tienen dignidad y exigen respeto.
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La ausencia de un régimen de consecuencias es el caldo de cultivo de la criminalidad. Un sistema de justicia hostil con las víctimas y amigable con los criminales, que abre de par en par las puestas de la impunidad, y altera por completo la escala de valores de nuestra sociedad.

Si lo que hemos pasado como familia fuera algo aislado, tal vez nuestra indignación sería menor, pero sabemos que esa es la regla que rige el sistema de justicia en República Dominicana.

Eso nos llena de coraje, de rabia, y de un inmenso deseo de que nuestra realidad pronto sea diferente.

Por Claudio A. Caamaño Vélez
@ClaudioCaamano

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