Por Claudio Caamaño Vélez
Por varios años fui profesor de Cívica en el Politécnico Loyola. El primer día que impartí esa materia, mientras explicaba aspectos generales, mis alumnos me miraban con desinterés, al principio no entendía por qué, hasta que un estudiante, con una mezcla de atrevimiento y sinceridad, me dijo: “profesor, en esta materia nadie se quema”.
No supe qué responder, y usé la clásica técnica de mirar pasivamente mientras el cerebro va a mil, tratando de buscar argumentos. Me sonreí un poco, y lo miré otro rato, ganando tiempo. Finalmente, logré armar una respuesta.
Le dije: “tienes razón, el objetivo de esta materia no es quemarlos, pues el verdadero examen lo van a tomar cuando salgan allá afuera, al mundo real”.
Les expliqué que la Cívica buscaba formarlos en derechos y deberes; que conocieran su rol en la sociedad, el funcionamiento del Estado, y los mecanismos de participación social y política. Que así como otras materias forman al futuro profesional, esta forma al futuro ciudadano.
Así logré que mis alumnos pusieran interés, y se esforzaran no en “pasar”, sino en “aprender”. Debo confesar que me siento muy orgulloso del desempeño que tuvieron, y qué decir de la alegría cuando me encuentro con alguno de ellos en las luchas ciudadanas.
Por eso me apenó cuando sacaron la Cívica del currículum del Ministerio de Educación, no por mí como profesor (ya no impartía clases), sino por los jóvenes de mi país, que les estaban arrancando una parte fundamental de su formación; quitándoles la oportunidad de obtener los conocimientos para ejercer su papel como ciudadanos.
La función de un ciudadano no es simplemente pagar impuestos, sino, sobre todo, ser un ente activo en el perfeccionamiento de la democracia, en hacer que se cumplan las leyes y se respeten los derechos.
No vale que la Constitución enuncie los derechos fundamentales si no hay una población que los exija y los haga cumplir. El control real de un Estado no es la Cámara de Cuentas ni el Congreso, ni los tribunales: es el pueblo.
Retirar la Cívica de las escuelas y colegios, en lugar de fortalecerlas, es un paso evidente hacia el autoritarismo y la tiranía. La forma más cómoda de violarle a alguien un derecho es hacer que no sepa que tiene ese derecho.
La democracia se fortalece con una población capaz de defenderse, con una ciudadanía crítica y dispuesta a luchar, con un pueblo consciente. Y en eso las aulas juegan un rol importante.
Quiero terminar con esta frase, que es tal vez de alguien, pero si no, entonces, me la anotan a mí: “Un Estado donde no se eduque en derechos no es una democracia, por más que su Constitución lo diga, por más que sus gobernantes mencionen esa palabra”.
Publicar un comentario